miércoles, 14 de octubre de 2015

Hola

Hola día ¡Hola noche! Hola campo de lechugas rizas y, que no se me olvide, hola a todos los pajarillos, gatitos, lemures, adoquines, farolas, árboles tanto perennes, caducifólios o genealógicos ¡Hola pedrada en la cara! Hola flemazo del suelo, hola viejo verde, hola jovenzuela desvirgada mentalmente, hola niño, hola paracaidista, hola ola, tanto de costa como a costa de, hola tazón de cereales, hola panchito ¡¿CÓMOESTÁNUSTEDES?! Hola dios, hola Diosa ;) hola figura espectral, hola cacahuete, hola peladillo, hola gusano del peladillo, hola... miembro peladillo, ejem. Hola morsa, hola pared que no había visto, hola señoría, hola, por decir algo, ya sabes, hola. Hola mal hablado ¿qué dices del lenguado? Ah claro, hola peces de los mares, de los bares, de pecera o de nevera, hola cerveza, hola capullo, saluda de mi parte a tu culo. Hola pareja, hola cabrones sin cornamenta. Hola fresón, hola duquesa, hola también a los títeres sin cabeza. Hola espartanos, hola moribundos y hola a todos los valientes del mundo. Hola gimnasio, hola persiana, brindemos por el sol en una copa de Siana. Hola gobierno, hola ramera, bonita consigna la que hay en tu remera. Hola cartero, hola sirena, ponganme un sello que diga ¡Hola a la Reina! Hola pingüino, hola pepino, hola hercúleo y potente pardillo. Hola manazas, hola manitas, id a un hotel para hacer chapucillas. Hola por hola, hola por nada, hola a quien vive en cuentos de hadas. Hola a quien salte, hola a quien corra, hola con eco en una mazmorra.

Hola.

lunes, 12 de octubre de 2015

Yo y mi alabardero suizo.

A lo largo de mi vida, desde que era pequeñajo hasta ahora, a la gente le ha cautivado mi manera de escribir. Me lo han dicho mucho y sinceramente, aunque no diga absolutamente nada, pueden disfrutar de mi lectura. A saber porque escribo sobre algo tan baladí. No merece la pena apostar porque no existe una respuesta, quizás es porque cada vez que escribo algo la gente me lo repite, quizás porque soy honesto y tengo ganas de haceros ver que no es para tanto, un poco de musicalidad aquí y allá, melodía y compases en prosa. O quizás por demostrar que da igual lo que trate o las pautas que me salte, que va a seguir gustando.

Pero vamos a ver, yo a veces miro atrás, ojeo textos viejos y no me falta nada para caer de culo con la carcajada. <Terrible  mierda la que me salió aquel día ¿en qué cojones estaría pensando?>, en los míos no, eso desde luego. Padezco tendencias de esas que siempre me han resultado abominables porque no le echo lo que le tengo que echar a lo de verdad. Y hablo de abandonarme a la soledad del novelista (o si a caso a la romántica y decadente soledad del novelista), de echarle horas y días y meses y años y más y más conjunciones, así hasta el fin de los tiempos. O lo más probable, hasta que se me acaben las ideas, las ganas o las comas. Entonces cubro el cupo con este ninguneo falaz cubierto por la gloria de la RAE y un oportuno diccionario de sinónimos. Posmodernismo, autoayuda elegante de falsos filósofos, altanería léxica de best seller, de esa que jamás recogerían los grandes, los de verdad, si no la de el registro fútil del lector de a pie, ese que busca magia en lo obsceno y el calor de la muchedumbre abriéndose paso desde la ignorancia hasta la resignación. Supongo que no sirvo para codearme con sus doncellas de porcelana, frágiles y engalanadas con maquillajes y sedas, pero todas salidas de algún almacén de Beijing.

Las pasadas navidades conocí a alguien, uno de esos genios que parecen resplandecer. Con sus cosas raras, sus mil anécdotas, sus miles de lecturas y su basto mundo. No es que hablásemos mucho, a mi me fue suficiente con sus decenas de referencias culturales, las cuales salían sin esfuerzo de su cabeza y, por su puesto, con su capacidad para desprender cultura en su vocabulario a la vez que me decía,<ey, tío>, de un modo brutalmente coloquial y cercano. Sí, un hombre de más de 70 años, estudioso de la lengua y de su literatura, un enorme escritor. Parece ser que no suele tomarse esas confianzas con a penas nadie, o sólo con quienes considera sus iguales, no en términos de género, raza o especie, si no de sensibilidad para la literatura. Obviamente, con eso, cualquiera se arriesga a crecerse más de la cuenta. Supongo que no fui menos que nadie en ese sentido y tome mi parte. Pero sé que ese reconocimiento me vino directamente de lo que a él le sobraba. Desgastado por la ausencia del éxito, porque gente como yo, o que se dedica a embaucar de la misma forma que yo lo hago, se come todas las sopas de letras, publican, ganan, venden. Y no, a él no le interesa vender, como tampoco a mi, pero no es menos cierto que el hecho de que mis textos tengan más posibilidades que los suyos radiografía a una sociedad que no va a ninguna parte. Yo nunca seré un best seller, eso no es un drama. Él nunca podrá abrirse al mundo, con lo mucho que tiene para dar, eso sí que lo es.

No escribe para las masas, esa chica que ves en el paseo leyendo su novelita de Zafón o de Etxebarría no está capacitada para someterse al exuberante y rico cáliz de pensamientos, análisis e imágenes que pueda brotar de sus ensayos. Y no es culpable de eso. La tristeza no está condicionada por la maldad de la plebe, si no por la impotencia de saber que lo único que puede romper la maldición es también aquello a lo que está más inmunizada.

Cada vez que alguien me dice que esto se me da bien menos motivos encuentro para escribir nada. Aislarme, encerrarme y considerar la trama como sangre por mis venas, olvidarme de vivir por una pasión que no tengo, simplemente por concluir que se lo debo a alguien.

Monté una estantería para libros, fui un dandi, aunque sólo de refilón, bebí de la amarga pulpa del reconocimiento, el único reconocimiento que sirve de algo, el de aquel que nunca conocerá nadie. Me pregunto si me habrá mencionado en alguna de sus tertulias con intelectuales, si me habrá leído desde entonces, si todo esto sustituye a los elogios perecederos de gente que, por los inauditos desmanes de la ignorancia, decapitan mis ilusiones al venerar (o venerear) toda la mierda que cago por cagar, sin haber comido nada, sin tener nada que decir.

No hace falta valor para ser un Bukowski, un Coelho o menstruar un Principito.

domingo, 11 de octubre de 2015

Caminando sin decir nada.

Hoy me apetece hablar de las búsquedas. Las búsquedas personales, las pequeñas búsquedas que iniciamos y que, de llevarse a cabo con éxito, consideramos definitivas y salvadoras. Dejemos de lado la felicidad, ese elemento que brota de nuestra personalidad y que no es más que una cualidad inherente. Hablemos de algo menos profundo, de soluciones cotidianas.

Porque nos pasamos la vida buscando soluciones al devenir de nuestros actos y de los actos ajenos, confiando, finalmente, el total de nuestras expectativas en tal sentido a la adquisición de voluntad. Al final determinamos que es la voluntad como un boleto de lotería, que a través de un imperioso deseo de obtención de la recompensa que supone nos va a tocar, va a salir premiado. Porque lo deseamos, porque nuestra voluntad no aspira a nada más, porque nos pasamos la vida buscándolo y, algún día, ha de llegar. Es una cuestión de esperanza y de fe. No hace falta ser religioso para delegar en la fe.

¿Es buena? ¿Es mala? Supongo que lo más sensato es decir que no estorba a nadie. Giramos constantemente en un atropellado y turbulento émbolo. Arriba y abajo, mezclándonos con la voluntad, la fe y la esperanza, diluyendo nuestra búsqueda de soluciones en ese pastiche que ya ha obsesionado a tantos. Y encontramos la verdad en un sinfín de historias de superación ajenas, en discursos motivacionales que se vierten sobre intereses que, seamos sinceros, jamás habrían sido los nuestros de no estar presente la obligación. La obligación es una línea de metro que recorre el extraño submundo de la normalidad y que nos puede dejar en diversas paradas. Tenemos la necesidad, la más imperativa, el final del trayecto, ese punto en el que te vuelven a cobrar toda tu fe y toda tu voluntad si quieres continuar viajando. Puedes pasar de largo pero te saldrá muy caro, así que lo normal, lo obligado, es que te bajes, porque no piensas darle tu posible lotería ganadora al conductor. Obviamente el conductor no se lo merece. De modo que evitas la senda de la locura y ahí estás, en la parada de la necesidad. Si todavía no habías encontrado lo que buscabas descuida, estás de suerte, porque justo en esa parada, nada más subir las escaleras, te encontrarás de bruces con un montón de soluciones. Ninguna te costará tu fe, ninguna te costará tu voluntad, pero la esperanza amigo mío, ya la habrás perdido.

Y es que la necesidad es lo que nos queda después de no hacer nada, de viajar a través de la normalidad y ceñirte al trayecto. No te has hecho rico, no has encontrado ese empleo que tanto deseabas, no has triunfado en tus sueños pero... entre la miseria vas a poder asomar la cabeza. Abajo pantalones colega.

A veces me paro a pensar en la siguiente cita, "el movimiento se demuestra andando" ¿es a caso una tautología o realmente viene a demostrarnos algo? Si en vez de tomar el metro te lanzas a caminar lo más probable es que además de demostrar movimiento también te canses más, pero llegarás más lejos. No tendrás que bajarte en la necesidad ni volver a pagar para realizar el mismo camino, podrás continuar avanzando con tu voluntad a cuestas hasta que descubras que te sobra, que te pesa, que te sobra la fe, que te sobra la esperanza. Que te sobra todo. Nos pasamos la vida esperando el milagro, realizando búsquedas, porque nos afectamos por lo que hagan los demás, nos sumergimos en las historias que cuentan otros y nos bloqueamos observando la lotería, el camino fácil, aquel en el que no corremos riesgos, aquel que no nos cansa y en el que las decisiones son ilusiones.

Ahora no esperéis una conclusión o un cierre definitorio a estas divagaciones mías. Los puntos de inflexión son así, simplemente es más sencillo hacer un camino nuevo que buscar la ruta adecuada entre tantas señales capciosas. Y ni puto caso a Paulo Coelho, es un liante.