domingo, 27 de diciembre de 2015

Todo o nada.

Mañanas como la de aquel día siempre son jodidas de olvidar.

Poco más de las 8 de la mañana. Frío invernal, niebla perforando la piel. Un soniquete ridículo desde la televisión del bar. Bourbon en una copa que presenta decenas de manchas de agua, cara de pocos amigos y sueño, mucho sueño.

Ella llegaba inusitadamente tarde, reptando como una siniestra sombra, ocupando cada recoveco. Su silueta tenebrosa consumía las miradas de todos los presentes, captándolas con su magnetismo feroz. Tenía un motivo para reunirme con esa mujer, pero por un instante un cacareo lejano me suplicaba olvidarlo. Y me vi tentado de esconderme al orgullo, pero no lo hice.

Las vacas llegan en camiones, son contadas y se dirigen a recibir su destino en el matadero. Después pasan por una cadena en la que van siendo despiezadas. Esa carne se envasa y llega a las carnicerías de los supermercados para que una persona que muy probablemente jamás haya visto a una vaca en su vida pueda hacerse un guiso o un filete.

A alguien le va a pasar lo mismo.

Se apoya en la barra, a mi lado. Me sonríe:

- Hola, te veo mala cara ¿No has dormido bien? - preguntó con malicia - Pareciera que algo te inquieta, me pregunto que será.

Levanté el bourbon e hice el ademán de un brindis delante de sus narices, literalmente.

- No has perdido ni una gota de tu encanto. Me tienes en la cuerda floja, sabes que caeré y aun así vienes a darme el último empujón - sentencio antes de dar un sorbo a la copa.

Me mira, sonriente aun. Yo sostuve la mirada igualmente. Un ataque de orgullo, de permanecer recto ante todo. Una cortina de humo sobre mis miedos.

- De empujón nada, guapo. Sólo necesito soplar un poco, sin mancharme las manos. Tu firma está en todos esos papeles. Siempre tan duro, tan implacable, ascendiendo sobre el resto. Y una don nadie como yo te ha convertido en un pelele. Me das lástima, pero no la suficiente. Siempre has sido fachada - me arrebató la copa, la probó y la dejó sobre la barra, apartándola lo más lejos posible con un gesto de repulsión - y... joder, bebiendo esta mierda constantemente para aparentar ser más hombre. Todas las inversiones, todos los tratos, tus mejores negocios. Todos los vi yo primero, todos los orquesté desde casa. Tú te dedicabas a salir en las fotos y en las noticias. Ibas a las reuniones y cerrabas acuerdos con mis ideas.

- Nunca te pedí ayuda para...

- ¡PRECISAMENTE! - interrumpió con rotundidad - Jamás me ofreciste nada, era la mujer florero, la amante escondida detrás de las cortinas. Me tenías tan oculta que, mira tu por donde, ahora estás con el agua al cuello y yo no soy más que una víctima inocente.

- Quizás si hubieras preguntado, si hubieses querido entrar en la sociedad... quizás esto no hubiese pasado.

- Verás, supe reconocerte, tarde, sí. Pero te reconocí. Vi lo mucho que te gustaba alardear delante de tus colegas y después darme las gracias en privado. O sí, no te han faltado los detalles conmigo. Me has cubierto de regalos y me has dado dos niñas preciosas. Pero cuando nos casamos no parecías ser ese tipo de hombre, corruptible, capaz de codearte con lo peor de lo peor, sediento de éxito a costa de los demás.

Su mirada dejó de ser fría, abandonó esa mueca de satisfacción mientras seguía hablando.

- Todas las ideas fueron mías, desde luego, pero tú las firmaste toditas, de la primera a la última. Tú entrabas en esos despachos, era tu voz la que se pudo grabar en esas llamadas pinchadas de la policía. Y en cada uno de esos momentos no demostrabas otra cosa que perversión. Eras temible. No era la vida que yo quería, no eras el hombre amable y generoso que me enamoró, eras un monstruo. Malversación, desvío de capitales, soborno, prevaricación... ¿sigo?

- Mi abogado y yo vamos a jugar nuestras cartas. Tú no sólo eres cómplice, eres el cerebro. Alguna manera habrá de demostrarlo.

Ella se quedó boquiabierta, me miró, observó entre los botones de mi camisa buscando algún micrófono. Recorrió todo el bar con la vista. Había dos empleadas de correos tomando un café. Un señor canoso leyendo el periódico, las de la peluquería de enfrente esperando por sus desayunos, el camarero, una mujer sudamericana en la plancha haciendo tostadas y un joven trajeado, posiblemente un vendedor de seguros.

Ninguno de ellos conchabado conmigo, pero ella eso no lo sabía. Y aunque lo intuía no podía estar segura.

- ¿Tienes un micro? - preguntó en un susurro - ¿Lo llevas en el pecho? ¿Lo tiene alguna de estas personas? Seguro que has pagado al camarero. Aunque estoy segura de que no nos han podido escuchar con todo el ruido que hay aquí.

- Ninguna de estas personas tiene nada que ver conmigo, más allá de compartir el mismo local. Y si tengo un micro ¿qué piensas hacer? ¿Me desnudarás aquí delante para comprobarlo?

Temblaba, estaba nerviosa por primera vez. Toda la confianza que traía consigo se había desvanecido. Las tornas habían cambiado. Nos miramos y así nos quedamos, como en una partida de póquer entre dos malos jugadores. Ella se imaginaba mis cartas, pero no podía saber si era un farol. Yo conocía las suyas y me la jugaba a un all in 

La partida era tensa, comenzamos a jugar de nuevo. A todo o nada.