miércoles, 27 de abril de 2016

Automáticamente.

¿Por qué no? A veces es necesario perder el tiempo, sentarse ante la pantalla y teclear, hacerlo sin pensar demasiado, sin buscar la historia que te vaya a catapultar o a sacar de la mediocridad, del anonimato y de la palabra que tengo en la punta de la lengua y que acabo de olvidar, palabra que probablemente use con ansia cuando esta decida presentarse a filas de nuevo, aunque no venga a cuento, ni a cuenta.
Los ingleses diferencian entre historia e historia. La ficticia, la que se cuenta, la que se lee, se narra… tienen historias sobre la historia, historias que pasan a formar parte de la historia, historias que son otra historia, historia, como si no fuesen lo mismo. La forma que tienen las palabras de relacionarse, cada sílaba, cada frase, cada letra, cada símbolo. Empastadas con la masa de la gramática, ordenadas con la sintaxis, engalanadas con la ortografía. Con ellas transmitimos nuestras ideas, mejor o peor, con ellas creamos la historia, pero pienso que en realidad son las auténticas protagonistas, cada palabra, como se relaciona con las demás, en una metáfora, como un espejo de la realidad, que la distorsiona a voluntad del autor, tergiversando, agrandando, encogiendo o haciendo casi lo que le venga en gana.
Como el ostracismo que antes decidió escabullirse y alejarse de mis dedos. El ostracismo, ese será el personaje principal de este relato, de esta historia. Unos segundos anonadado, sin escribir nada, pensando, quizás hayan sido unos minutos, y sólo puedo pensar en cuanto se parecen la historia y la histeria y en cuanto mal y cuanto daño y cuanto puedo llegar a pedir a la divina providencia, a la omnisciencia que divaga sin concretarse, porque es el puto éter que no se deja atrapar. La historia sólo guarda cohesión en nuestros supuestos y en nuestra necesidad, todo lo demás es dolor, dolor causado a la pupila cuando, sin que ésta sepa porque, la calzamos con unos tacones de aguja que pinche nuestro lóbulo central cada vez que pise este asfalto alquitranado con letras, señalizado con la sintaxis, engalanado con la ortografía y que representa la histeria contenida de una mente ociosa repleta de éter, que no tiene ni idea de por donde estallar.
Pero a quien le puede importar lo que ostracismo haya decidido ser, lo que haya decidido hacer y a donde decida ir. Está solo y solo va a seguir por más palabras que le rodeen. Él ni abre ni cierra puertas, porque él se dedica a otras historias.
¿Sabéis que es lo que pienso? Que esto que estoy escribiendo debería de tener banda sonora, debería de tener música y estar hasta arriba de la inspiración de otras personas que sí hayan sabido materializar coherentemente sus ideas. Por eso aprovecho para poner un par de canciones en Youtube, el texto no va a emitir sonido, pero puedo armonizar mi literatura con mi oído. Oído, que enorme similitud tiene con odio, es curioso que sea mayor a la vista que al, precisamente, oído. Reflexiones anodinas de un chalado que se lanza a la escritura automática por las noches, o por la noche más bien. Con semejante grado de abstracción es complicado acompasarse al influjo de la música y la historia sigue sin fluir de una manera rentable, no es oro fundido lo que corre por la pantalla, si no algo así como fango. Fango, que me recuerda a tango, que me recuerda a tanga, que me recuerda a algo que mis dedos no van a mencionaros, quizás por la vergüenza de verse retratados a sí mismos durante el proceso. Recordemos que ellos ahora mismo son simples herramientas, que solo ejecutan órdenes. Ejecutar, otra palabra interesante. Ejecutar el ostracismo ¿Ejecutarlo en qué modo? ¿Acabar con él? Podemos eliminar esa palabra del texto y perder a nuestro involuntario protagonista, él nunca ha pedido estar aquí. O quizás ejecutarlo de otro modo, arrancarle el alma, eliminar su significado. A fin de cuentas lo que hagamos con él va a dar lo mismo, es ostracismo, ya es como si no existiese. Como si no existiese, es decir, que en realidad existe. Quizás la historia y la historia no sean cosas tan diferentes, ambas determinan el sentido de la realidad según el odio y el punto de vista de cada uno. Puede haber ostracismo en la notoriedad y al final la mediocridad resulta tener los pies muy grandes, dejando unas huellas casi abisales.
-Y ahora es cuando te sientes incapaz de dejar de escribir- me digo a mi mismo en un tono calmado y suave, para que nadie me escuche hablar solo.
El espejo se convierte en una cámara de fotos, el tiempo se comporta de un modo extraño cuando lo insertas en una narración. Los recuerdos tienen la misma textura que las construcciones en presente y estas no se distinguen de las que tratan el futuro. Los días y los años saltan de párrafo en párrafo y de capítulo en capítulo relegando al ostracismo esos lapsos intermedios que sencillamente no existen aquí. Como en la realidad, la historia deja de ocupar espacio a medida que la vas dejando atrás y sólo los recuerdos que nosotros tejemos consiguen diluirse, en nuestras mentes, con el ahora y con el porvenir.

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